– ¡Hey! ¿Qué tanto piensas? – alcé la mirada para verlo a
los ojos. Se veía diferente a la última vez que habíamos compartido – En nada –
contesté conservando mi aire serio y sereno. Él sabía que ese típico “en nada”
significaba un mar de pensamientos en mi mente que, claramente, no quiso
interrumpir y lo agradezco, pues prefiero estar sumergida en ellos sin
distracciones.
– Bueno, debo irme ya – me dijo. Volví a mirarlo para sonreírle
como un acto de despedida – Adiós – escucho nuevamente su voz resaltando su
partida, quedando sola en la mesa frente a la biblioteca.
Siempre ha sido mi lugar favorito, desde la primera vez que
ingresé a la Universidad. Tal vez me sentía así de emocionada al verla porque,
luego de dos años lejos de este lugar, pareciera como si volviese a iniciar una
nueva aventura.
– Buenas tardes – Saludé al entrar en la biblioteca. Debía
estudiar para un parcial de una asignatura importante y opté por la seguridad
de un libro, aunque no soy tan fanática de ellos. Me acomodé a gusto en una
mesa cerca de la entrada donde podía ver a todo quien entrara allí. El problema
era que ese día mi concentración estaba nula, provocando que me distrajera con
lo primero que ocurriese a mi alrededor.
– Hola, ¿cómo te encuentras? – Escuché un susurro entre las
librerías – ¿Te gustaría hacer algo hoy? – Una vez más la misma voz. Me reí en
voz baja, pues al parecer la biblioteca también sirve para citas amorosas
clandestinas – Si quieres podemos ir a tomar una limonada – insistía el chico
sacando todo tipo de armas para que ella aceptara. Mientras, yo continuaba
riéndome en voz baja agudizando mi oído para entretenerme con la conversación
ajena.
No me mal interpreten, no me río del romance y de lo
enamorado que se veía el chico, lo hacía de las técnicas que tiene cada persona
para conquistar a alguien. Menos mal a mí no me pasa ese tipo de co… ¿o sí?
– ¡Eh! ¿Qué hace aquí? – dije sorprendida. Creo que lo hice
en voz alta, pues varias personas me miraron por unos segundos, solicitando
silencio – Lo siento – Les dije horrorizada, agradeciendo al universo porque, a
quien vi, no me había escuchado.
Se veía diferente a como solía verse en los entrenamientos;
sus tenis, chaqueta, el casco de su moto en la mano y su sonri… – ¡Contrólate!
– me reprendí inmediatamente. Ella causaba algo en mí, que no podía explicar,
desde el primer día que inicié a entrenar en su equipo, y creo que hasta el día
de hoy no lo sabe.
Nerviosamente, observo como devuelve unos cuantos libros.
Termina y sus pasos se dirigen de nuevo hacia la salida, perdiéndola de vista.
Justo ahí descanso, por fin, de ese acalorado momento.
Noté mi frente con sudor, tal vez producto de toda esa
revolución de emociones de ese instante, así que decido sacar un pañuelo y
limpiarme rápidamente, a la vez que pienso en que me gustaría volver a verla,
al fin y al cabo, apenas es un reinicio de Universidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario