lunes, 22 de agosto de 2022

Cuestión de suerte de Daniel Sepúlveda Acevedo

Eran las 8 de la noche, Laura se sentía afortunada, había pasado el parcial que creía perdido, le tocó un puesto en el bus de regreso a casa, el tropel planeado para ese día había sido estropeado por la lluvia, encontró un billete de 20 mil en la calle que nadie parecía estar buscando y todos sus planes habían culminado satisfactoriamente.

En su nevera todavía quedaba una arepa, un huevo y un poquito de queso. Aún había aguapanela y su roomie no estaba, así que podría descansar tranquilamente.

Se dio una ducha antes de irse a dormir, el calentador de agua había vuelto a funcionar, todo era perfecto. Las sábanas olían a soflán y estaban suavecitas, Laura se sentía completa, iba a tener tiempo para dormir y asistir a su clase de 7 a.m de física mecánica, bien descansada para presentar el trabajo que su profesor le había dado más plazo de entregar.

Eran las 8 de la mañana, Laura recién llegaba a la universidad. Se había levantado a las 7 y 15, la alarma de su celular no había sonado porque estaba sin batería, recordó que el cargador se lo había prestado a una compañera y ninguna cayó en cuenta del asunto al despedirse el día anterior.

Ya no había ni arepas, huevos ni quesito para el desayuno, ni siquiera un poco de aguapanela. El calentador de la ducha había vuelto a fallar, de por sí las mañanas en Guarne son gélidas para Laura, quien ahora habría tenido que bañarse con el agua fría.

Dispuesta para irse en carrera a tomar el bus a Medellín se da cuenta que no hay más puestos y le toca convencer al conductor que la deje ir parada, al mismo tiempo suplicando que no haya mucho taco en la vía, pendiente del reloj y rogando por un poco de más misericordia de su profesor.

Finalmente había llegado a la universidad, todavía quedaban 30 minutos para que el profesor acabara su clase, pero al llegar a la portería de Coca Cola notó a unos seres familiares vestidos de negro y con la cara cubierta.

Laura se dio cuenta que había tropel, sin embargo, mantuvo la esperanza de que su profesor hubiera dado la clase.

Corrió al salón a buscarlo solo para darse cuenta que todas las sillas estaban vacías.

Su frustración no era expresable con palabras, la única forma de palpar tal sensación era la expresión en su rostro.

Resignada, decide abandonar el bloque y en el camino se encuentra a la compañera a quien le prestó el cargador, quien tampoco había tenido mucha suerte al llegar a la clase.

Se saludan, la chica le devuelve su cargador y le dice.

“¿Viste que el profesor amplió el plazo del trabajo”?


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