Frente a las cosas, realmente, no he tenido tiempo, frente a
la realidad tampoco. Siendo honesto, por lo menos dos veces en mi vida lo he
tenido claro, la primera en medio de garabatos y trazos mal hechos, aunque
dicientes, en alguna fila para la merienda o meditando entre materias después
de algún recreo, la segunda (con pasos más firmes), después de algún análisis
complejo y futurista, pensando la respuesta a alguna pregunta, en medio de las
escaleras que llevan a alguna cafetería o a las afueras de cualquier salón que
abunda de conocimiento. A pesar de esto, la puntería nunca ha sido al blanco y
la vela siempre a medio alzar (en cada zarpazo).
Sin embargo, eso no me ha preocupado tanto, no lo suficiente
para ejecutarlo, escuchar algún quejido en alguna revuelta representante de los
llantos de aquellos dignos de llorar me ha vuelto más pasivo, como esperando el
momento. Aunque esperar no es lo mío he sabido encontrar mis lugares y mis
placeres, la gota fría la sudé hace tiempo y la nota subyacente desde siempre
me lleva persiguiendo, por los salones, por los pasillos, entre cuadernos y en
el trazo de mi lápiz, aunque escondida, siempre peligrosa (para escribir).
Aun así, desde que estaba perdido y olvidado, viendo pasar
gente, lugares, momentos, entre tumultos de ideas, de personas, de
pensamientos. Pero intacto, sin dejar borrar la huella que iba marcando, aunque
cambiando cada vez de zapatos, de vestimenta, de portamento y de semblante en
general, desde ese momento en que empecé a reconocer entre todos y entre
tantos, desde que empecé a reconocerlos (de nuevo), en ese momento olvidé
reconocerme, y a pesar de los tiempos ni siquiera recordaba haber empezado a
hacerlo. Pesado, denso, sin cabida y a medias vueltas de mi vida de papel
maché, rasgada (a medias rasgada), empecé a recordar o a intentarlo y por
fuerte que fuera la ola no amenazaba ante mi pálpito certero, ni por oscuro que
pareciera el pasaje lograba pincharme la vida (ya a tres cuartos), porque desde
ahí empecé y dije <<desde este instante>>.
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