Ha vuelto llover. No logro escuchar con claridad las
palabras del profesor. Tomo nota en mi tableta. Garabateo los signos que la tinta
vieja del marcador ha plasmado sobre el tablero. Ya conozco aquella
demostración. Afuera sigue lloviendo. Mi mirada divaga por entre los rostros
que alcanzo a reconocer y los que no. A veces miro hacia la ventana, tratando
de encontrarle cabida al sinsentido que elegí como profesión. Los pájaros me
miran preocupado.
Después de casi dos horas de una clase a la cual solo un
loco como yo le puede sacar gusto, salgo del salón. No me doy cuenta cuando
termina de llover. A lo mejor todavía llueve, solo que el solazo que hace
evapora las gotas de lluvia antes de que impacten contra el suelo. Me sitúo a
la salida. Veo a la gente pasar mientras espero paciente a la muchacha que
cambia a diario de corte y de tinte, a su amigo de trenzas y a su otro
compañero cuyo nombre todavía se me escapa. Entretanto, sale del salón otra
muchacha, una compañera que conocí cuando el mundo todavía estaba un poco
cuerdo. Me saluda, la saludo y ella sigue su camino.
Por fin sale la gente que esperaba. Hablamos mientras
bajamos las escaleras y hasta llegar a la esquina más incómoda de toda la
universidad. Me fastidia el calor. Busco disimuladamente el sitio más cercano
donde pegue algo de sombra, para mi desgracia está demasiado lejos.
Hablamos de la clase, de los ejercicios que dejó el
profesor, de la tarea que hay que entregar pasado mañana. Les pregunto por las
otras materias también. Hay quien repite, resignado. También hay quien aprobó a
pesar de las circunstancias, pero que anda arrepentido porque no entiende una
mierda de lo que está viendo ahora. Empatizo con ellos y parece que el sol se
apiada de nosotros. Respiro aliviado, en parte por la piedad del clima, en
parte porque me alegra volver a ver seres humanos.
Pasan los minutos. La conversación se agota. El pedacito de
intimidad que cada quién estaba dispuesto a compartir se termina y el tiempo
futuro se hace presente. Nos despedimos. La muchacha y el de trenzas salen para
la de Antioquía, el otro compañero se queda estudiando. Yo no me muevo del
lugar. No tengo razones para quedarme, solo quiero disfrutar un poco más lo que
las circunstancias me arrebataron durante los últimos dos años. El tapabocas
hace que me pique la nariz.
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