lunes, 22 de agosto de 2022

Un martes en la Nacho de Mateo Restrepo Borrero

Ha vuelto llover. No logro escuchar con claridad las palabras del profesor. Tomo nota en mi tableta. Garabateo los signos que la tinta vieja del marcador ha plasmado sobre el tablero. Ya conozco aquella demostración. Afuera sigue lloviendo. Mi mirada divaga por entre los rostros que alcanzo a reconocer y los que no. A veces miro hacia la ventana, tratando de encontrarle cabida al sinsentido que elegí como profesión. Los pájaros me miran preocupado.

Después de casi dos horas de una clase a la cual solo un loco como yo le puede sacar gusto, salgo del salón. No me doy cuenta cuando termina de llover. A lo mejor todavía llueve, solo que el solazo que hace evapora las gotas de lluvia antes de que impacten contra el suelo. Me sitúo a la salida. Veo a la gente pasar mientras espero paciente a la muchacha que cambia a diario de corte y de tinte, a su amigo de trenzas y a su otro compañero cuyo nombre todavía se me escapa. Entretanto, sale del salón otra muchacha, una compañera que conocí cuando el mundo todavía estaba un poco cuerdo. Me saluda, la saludo y ella sigue su camino.

Por fin sale la gente que esperaba. Hablamos mientras bajamos las escaleras y hasta llegar a la esquina más incómoda de toda la universidad. Me fastidia el calor. Busco disimuladamente el sitio más cercano donde pegue algo de sombra, para mi desgracia está demasiado lejos.

Hablamos de la clase, de los ejercicios que dejó el profesor, de la tarea que hay que entregar pasado mañana. Les pregunto por las otras materias también. Hay quien repite, resignado. También hay quien aprobó a pesar de las circunstancias, pero que anda arrepentido porque no entiende una mierda de lo que está viendo ahora. Empatizo con ellos y parece que el sol se apiada de nosotros. Respiro aliviado, en parte por la piedad del clima, en parte porque me alegra volver a ver seres humanos.

Pasan los minutos. La conversación se agota. El pedacito de intimidad que cada quién estaba dispuesto a compartir se termina y el tiempo futuro se hace presente. Nos despedimos. La muchacha y el de trenzas salen para la de Antioquía, el otro compañero se queda estudiando. Yo no me muevo del lugar. No tengo razones para quedarme, solo quiero disfrutar un poco más lo que las circunstancias me arrebataron durante los últimos dos años. El tapabocas hace que me pique la nariz.


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