Recuerdo que hace unos años la sola mención de la palabra
universidad desataba en mí una curiosidad mórbida; y es que comenzó siendo un
sitio misterioso allá por donde lo viera gracias a las historias. ¿A dónde van
los personajes cuando acaban el colegio?, solía preguntar y, ante esto, mi
madre me miraba abstraída y con aire melancólico. Algunos irán a la
universidad. ¿Por qué?, seguía pensando; pero especialmente cuestionaba la
razón por la cual existían los que miraban afligidos hacia tal horizonte
(después de todo era “un taller de los sueños” como más adelante escuché). De
las respuestas que recibí durante los siguientes años, hay una que rememoro con
cierta gracia y que era pregonada por mis compañeros de escuela: vas para ser
alguien en la vida. Tendría que ser la poco afamada profesora de literatura
quien probara la fragilidad de tal argumento; una simple pregunta bastó para
sumergir el aula en el silencio. ¿Entonces qué son ahora? Según esa lógica,
éramos una nulidad.
Debo admitir que dentro de mi cabeza las voces revoloteaban
como polillas carcomiendo horas de sueño e insuflándome el temor a un lugar aún
inexistente y, acorde a ello, cuando recibí mi diploma de bachillerato solo
supe expresar con voz temblorosa un agradecimiento medianamente cierto mientras
mis manos sudorosas recorrían el pedazo de cartón. Ahí supe que iría a la
universidad, tal como lo habían dictado mi conciencia, la sociedad y mis
padres. Al principio, con la metodología virtual del primer semestre, pude
disimular la magnitud de los cambios pues, aunque trabajando con compañeros
nuevos y enfrentando situaciones que exigían más responsabilidad de mi parte,
me encontraba en casa, al fin y al cabo.
Tuve que pisar por primera vez la universidad, ya en una ciudad tan
ajena a mí como yo a ella, para entender que las causas de los desasosiegos no
eran el extrañar a mi familia. En realidad, tenía miedo de soltar lo que
conocía para arrojarme a la completa oscuridad. ¿Qué me aseguraría que las
cosas saldrían bien una vez me despojara de lo que fui para ir en busca de un
sueño? Por esto, no puedo evitar preguntarme si esos rostros que pasan a mi
lado cuando voy a clase contemplarán los mismos temores. ¿Son conscientes de que caminan por un túnel
oscuro?, y, de ser así, ¿qué esperan encontrar? Ahora, únicamente reconozco a
la universidad como un paso y, como todo paso en la vida, tendré que darlo sin
saber hacia dónde me llevará.
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