lunes, 22 de agosto de 2022

Un paso más de Carmen Johana Calderón Chona

Recuerdo que hace unos años la sola mención de la palabra universidad desataba en mí una curiosidad mórbida; y es que comenzó siendo un sitio misterioso allá por donde lo viera gracias a las historias. ¿A dónde van los personajes cuando acaban el colegio?, solía preguntar y, ante esto, mi madre me miraba abstraída y con aire melancólico. Algunos irán a la universidad. ¿Por qué?, seguía pensando; pero especialmente cuestionaba la razón por la cual existían los que miraban afligidos hacia tal horizonte (después de todo era “un taller de los sueños” como más adelante escuché). De las respuestas que recibí durante los siguientes años, hay una que rememoro con cierta gracia y que era pregonada por mis compañeros de escuela: vas para ser alguien en la vida. Tendría que ser la poco afamada profesora de literatura quien probara la fragilidad de tal argumento; una simple pregunta bastó para sumergir el aula en el silencio. ¿Entonces qué son ahora? Según esa lógica, éramos una nulidad.

Debo admitir que dentro de mi cabeza las voces revoloteaban como polillas carcomiendo horas de sueño e insuflándome el temor a un lugar aún inexistente y, acorde a ello, cuando recibí mi diploma de bachillerato solo supe expresar con voz temblorosa un agradecimiento medianamente cierto mientras mis manos sudorosas recorrían el pedazo de cartón. Ahí supe que iría a la universidad, tal como lo habían dictado mi conciencia, la sociedad y mis padres. Al principio, con la metodología virtual del primer semestre, pude disimular la magnitud de los cambios pues, aunque trabajando con compañeros nuevos y enfrentando situaciones que exigían más responsabilidad de mi parte, me encontraba en casa, al fin y al cabo.  Tuve que pisar por primera vez la universidad, ya en una ciudad tan ajena a mí como yo a ella, para entender que las causas de los desasosiegos no eran el extrañar a mi familia. En realidad, tenía miedo de soltar lo que conocía para arrojarme a la completa oscuridad. ¿Qué me aseguraría que las cosas saldrían bien una vez me despojara de lo que fui para ir en busca de un sueño? Por esto, no puedo evitar preguntarme si esos rostros que pasan a mi lado cuando voy a clase contemplarán los mismos temores.  ¿Son conscientes de que caminan por un túnel oscuro?, y, de ser así, ¿qué esperan encontrar? Ahora, únicamente reconozco a la universidad como un paso y, como todo paso en la vida, tendré que darlo sin saber hacia dónde me llevará.


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