lunes, 22 de agosto de 2022

Regreso de Alejandro Pérez Ortiz

El día estaba claro, una densa capa de nubes cubría el cielo, y aún así dejaba entrar la luz del sol, omnipresente. Manuel fue el de la idea. Volver a la universidad, luego de un año de graduados, ver cómo iban los profes y saludar a algún viejo conocido. Pipe y Tomás dijeron que sí.

Se encontraron en la portería de Punto Cero a las dos de la tarde, sábado, día que todos descansaban del laburo. Al inicio vieron una valla que decía “La UN somos todos”. Comentaron que todo parecía igual a como lo habían dejado un año atrás, cuando por aquella misma portería salían de cachaco, mientras sus padres les seguían por detrás, orgullosos de tantas madrugadas y tanto esfuerzo.

Llegaron a la facultad de humanas. Nueva gente esperaba en la escalera. Extraños rostros manejaban las chazas. En eso vieron a Juan Pablo, compañero que entró con ellos en su corte, colega de tinto y buena charla. Les saludo con cordialidad y cierta lejanía, no ahondando mucho en los detalles, pues ahora era coordinador de un prestigioso semillero y debía acudir a reunión de grupo. Les dijo que fue un gusto verlos, aunque su mirada al piso y una imprudente risa dijeran lo contrario.

Tres de la tarde. En la biblioteca revisaron sus libros más benditos, los que les salvaron los trabajos finales, y también los demonios materializados, verdaderos ladrillos historiográficos que les traía la imagen de ellos a las dos de la mañana, en casa de Tomás, repartiéndose los tres capítulos finales de un libro, pues al otro día no tocaba ni más ni menos que un parcial, de esos que valen 50%. Vieron también los nuevos libros, que en solo un año de su ausencia ya parecían renovar la anticuada estantería; recordaron su sueño de publicar un libro, pero sus monografías no destacaron.  

Cuatro de la tarde. Fueron a dar otra vuelta al bloque, con la esperanza de encontrarse a algún buen profe, que les preguntara por sus vidas y les dijera que todo iba bien, que las clases iban bien, y que tiene algunos cupos en su nuevo proyecto de investigación, pero no fue así. Se encontraron a… ese tipo de profesor, que da clases para cobrar un sueldo. Recordaron que, a pesar de las asperezas, tenían una leve broma en común, la cual invocó Manuel:

-Eh profe, y que de doña Isabel, usted sabe cuál jajaja

- Ah jejejj… (Miró su reloj, pudo haber mirado cualquier cosa) Ya se me hace tarde muchachos, un gusto saludarlos!

El profe se fue caminando por el claroscuro pasillo del primer piso. Estuvieron otros 15 minutos en la plazoleta de la memoria, pero ya nadie habría de recordarlos. Pipe les dijo que a las cinco y media saldría con su novia. Salieron, de nuevo, por Punto Cero. Se despidieron con un leve “suerte” mal pronunciado. El cielo se oscureció, y a los minutos descargó su llanto, un llanto lento, pesado, manchado de una melancolía irreversible. A las 12 pm ya no quedaba nadie en el grupo de WhatsApp.


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