El día estaba claro, una densa capa de nubes cubría el
cielo, y aún así dejaba entrar la luz del sol, omnipresente. Manuel fue el de
la idea. Volver a la universidad, luego de un año de graduados, ver cómo iban
los profes y saludar a algún viejo conocido. Pipe y Tomás dijeron que sí.
Se encontraron en la portería de Punto Cero a las dos de la
tarde, sábado, día que todos descansaban del laburo. Al inicio vieron una valla
que decía “La UN somos todos”. Comentaron que todo parecía igual a como lo
habían dejado un año atrás, cuando por aquella misma portería salían de
cachaco, mientras sus padres les seguían por detrás, orgullosos de tantas
madrugadas y tanto esfuerzo.
Llegaron a la facultad de humanas. Nueva gente esperaba en
la escalera. Extraños rostros manejaban las chazas. En eso vieron a Juan Pablo,
compañero que entró con ellos en su corte, colega de tinto y buena charla. Les
saludo con cordialidad y cierta lejanía, no ahondando mucho en los detalles,
pues ahora era coordinador de un prestigioso semillero y debía acudir a reunión
de grupo. Les dijo que fue un gusto verlos, aunque su mirada al piso y una
imprudente risa dijeran lo contrario.
Tres de la tarde. En la biblioteca revisaron sus libros más
benditos, los que les salvaron los trabajos finales, y también los demonios
materializados, verdaderos ladrillos historiográficos que les traía la imagen
de ellos a las dos de la mañana, en casa de Tomás, repartiéndose los tres
capítulos finales de un libro, pues al otro día no tocaba ni más ni menos que
un parcial, de esos que valen 50%. Vieron también los nuevos libros, que en
solo un año de su ausencia ya parecían renovar la anticuada estantería;
recordaron su sueño de publicar un libro, pero sus monografías no destacaron.
Cuatro de la tarde. Fueron a dar otra vuelta al bloque, con
la esperanza de encontrarse a algún buen profe, que les preguntara por sus
vidas y les dijera que todo iba bien, que las clases iban bien, y que tiene
algunos cupos en su nuevo proyecto de investigación, pero no fue así. Se
encontraron a… ese tipo de profesor, que da clases para cobrar un sueldo.
Recordaron que, a pesar de las asperezas, tenían una leve broma en común, la
cual invocó Manuel:
-Eh profe, y que de doña Isabel, usted sabe cuál jajaja
- Ah jejejj… (Miró su reloj, pudo haber mirado cualquier
cosa) Ya se me hace tarde muchachos, un gusto saludarlos!
El profe se fue caminando por el claroscuro pasillo del
primer piso. Estuvieron otros 15 minutos en la plazoleta de la memoria, pero ya
nadie habría de recordarlos. Pipe les dijo que a las cinco y media saldría con
su novia. Salieron, de nuevo, por Punto Cero. Se despidieron con un leve
“suerte” mal pronunciado. El cielo se oscureció, y a los minutos descargó su
llanto, un llanto lento, pesado, manchado de una melancolía irreversible. A las
12 pm ya no quedaba nadie en el grupo de WhatsApp.