martes, 23 de agosto de 2022

Cuentos participantes

Hace tiempo, no recuerdo de Daniel Vélez Vélez

Regreso de Alejandro Pérez Ortiz

Compartir contigo de Luisa Fernanda Pineda Pulgarín

Relatos de un amor de Valentina Blandón Quintero

Un martes en la Nacho de Mateo Restrepo Borrero

Un paso más de Carmen Johana Calderón Chona

La fortuna de tener una duda de Killy Gutiérrez Guzmán

Un foráneo en casa de Yohan Camilo Sánchez Meza

El poder del contacto de Johana Andrea Estrada Castrillón

La esencia de Diego Alejandro Moreno Pedroza

Re-conocer la tusa en el ámbito universitario y otrasmaricadas sin relación de Alejandro Morales Sánchez

A. y B. en la U. Carlos Andrés Cardona Molina

Espirales de Elías Ricardo Cogollo Valdés

Una zarigüeya en pandemia de Marol Salomé Valencia Calderón

El orbital de Laura Carolina Álvarez Morales

El robo de Iván Estiven Quintero Zuluaga

Una cuidad muy fría de Víctor David Revueltas Rodríguez

Libro inesperado de Johana Isabel Gallego Arroyave

El grito de Luis Miguel Montero Alvarado

Lejanía de Laura Andrea Machado Álzate

Re-surrección de David Javier Giraldo Infante

Semestre de Joan Sebastian Ocampo Trejos

 Es el momento de Daniela Londoño Bermúdez

Cuestión de suerte de Daniel Sepúlveda Acevedo

La elección de Habitar de Juan Esteban Torres

Un largo viaje de Jhon Gesmer Méndez Ávalos

Continuación de Juan Felipe Ocampo Hernández

Introducción para el introductor de Alejandro Bedoya Cataño

Universitas de Antonio José Arroyave Tamayo

Volver a ver el ser de Juan Fernando González Polanco

De vuelta de David Alexander Ávila Báez

lunes, 22 de agosto de 2022

Hace tiempo, no recuerdo de Daniel Vélez Vélez

Desde hace tiempo, no recuerdo quién soy. Me pregunto por mi nombre, por mis deseos, por estas tierras y por mi patria, pero sólo encuentro registros, listas, mapas y banderas. He querido saber mi historia, descubrir qué me ha traído hasta este punto; si es que acaso existe una razón mayor que persigo.

Busco en los rincones de mi mente, la recorro en busca de recuerdos, e interrogo a cuantos me topo: “¿Razón mayor? Mejor siga derecho, que en el camino encuentra razón menor”.

Esta sed de identidad me libra de la rendición y me embarca en un viaje, en un transitar que, de repente, me halló frente a una escena reveladora. Observo a aquellos de mochila al hombro y paso constante. Parecen andar hacia algo conocido, hacia un punto de encuentro, como bajo una fuerza que los arrastra a todos hacia el mismo sitio. Tal determinación me hizo seguirlos, y entrar a un lugar en el que todos confluían. Lo exploré con detenimiento: admiré sus árboles y palmas, sus caminos y olores. Toqué sus paredes que, lentamente, me fueron absorbiendo, y me adentré en sus muros cotidianos y revolucionarios; en las historias que en pintura habían sido plasmadas.

De los muros escuché las preguntas que me había hecho; escuché el surgimiento de la duda en el aula, adquirí el conocimiento que se había forjado, y presencié la dedicación del crecimiento entre los libros, las reglas y los lápices.

Entonces, recordé ¿Quién soy yo? Soy no sólo lo que fui, sino lo que hemos sido. Mi historia es nuestra historia, y mi memoria es nuestra memoria. En aquel bello lugar, en el ágora de las ideas, entre las aulas de la palabra y las líneas del conocimiento, pude recordar lo que he sido.


Regreso de Alejandro Pérez Ortiz

El día estaba claro, una densa capa de nubes cubría el cielo, y aún así dejaba entrar la luz del sol, omnipresente. Manuel fue el de la idea. Volver a la universidad, luego de un año de graduados, ver cómo iban los profes y saludar a algún viejo conocido. Pipe y Tomás dijeron que sí.

Se encontraron en la portería de Punto Cero a las dos de la tarde, sábado, día que todos descansaban del laburo. Al inicio vieron una valla que decía “La UN somos todos”. Comentaron que todo parecía igual a como lo habían dejado un año atrás, cuando por aquella misma portería salían de cachaco, mientras sus padres les seguían por detrás, orgullosos de tantas madrugadas y tanto esfuerzo.

Llegaron a la facultad de humanas. Nueva gente esperaba en la escalera. Extraños rostros manejaban las chazas. En eso vieron a Juan Pablo, compañero que entró con ellos en su corte, colega de tinto y buena charla. Les saludo con cordialidad y cierta lejanía, no ahondando mucho en los detalles, pues ahora era coordinador de un prestigioso semillero y debía acudir a reunión de grupo. Les dijo que fue un gusto verlos, aunque su mirada al piso y una imprudente risa dijeran lo contrario.

Tres de la tarde. En la biblioteca revisaron sus libros más benditos, los que les salvaron los trabajos finales, y también los demonios materializados, verdaderos ladrillos historiográficos que les traía la imagen de ellos a las dos de la mañana, en casa de Tomás, repartiéndose los tres capítulos finales de un libro, pues al otro día no tocaba ni más ni menos que un parcial, de esos que valen 50%. Vieron también los nuevos libros, que en solo un año de su ausencia ya parecían renovar la anticuada estantería; recordaron su sueño de publicar un libro, pero sus monografías no destacaron.  

Cuatro de la tarde. Fueron a dar otra vuelta al bloque, con la esperanza de encontrarse a algún buen profe, que les preguntara por sus vidas y les dijera que todo iba bien, que las clases iban bien, y que tiene algunos cupos en su nuevo proyecto de investigación, pero no fue así. Se encontraron a… ese tipo de profesor, que da clases para cobrar un sueldo. Recordaron que, a pesar de las asperezas, tenían una leve broma en común, la cual invocó Manuel:

-Eh profe, y que de doña Isabel, usted sabe cuál jajaja

- Ah jejejj… (Miró su reloj, pudo haber mirado cualquier cosa) Ya se me hace tarde muchachos, un gusto saludarlos!

El profe se fue caminando por el claroscuro pasillo del primer piso. Estuvieron otros 15 minutos en la plazoleta de la memoria, pero ya nadie habría de recordarlos. Pipe les dijo que a las cinco y media saldría con su novia. Salieron, de nuevo, por Punto Cero. Se despidieron con un leve “suerte” mal pronunciado. El cielo se oscureció, y a los minutos descargó su llanto, un llanto lento, pesado, manchado de una melancolía irreversible. A las 12 pm ya no quedaba nadie en el grupo de WhatsApp.


Compartir contigo de Luisa Fernanda Pineda Pulgarín

Aunque él está a solo diez pasos de sus compañeras, no puede juntarse mucho con ellas, entonces le toca estar solo y entretenerse escuchándolas balar a lo lejos, e imaginar que también está en ese lugar.

Pero Tigo no tiene una mirada triste, él tiene unos ojos saltones y alegres, que miran sin temor, que brillan como dos cristales cafés, y cuando alguien va a saludarlo y le lleva de regalo un banano, ¡él es tan feliz! Que choca cariñosamente su frente, contra la mano de su nuevo amigo.


Relatos de un amor de Valentina Blandón Quintero

- Madre he pasado a la universidad nacional.

En otro caso la respuesta sería satisfactoria, pero doña Flor solo podía sentir angustia

- ¿Mijo usted que va a hacer por allá? (Guatapé estaba muy lejos de Medellín, él era el primogénito sobre tres hijos más, los gastos simplemente no darían abasto)

 Dice que vendía lasañas para mantenerse, vivía en un cuarto en el Carlos E, usualmente iba a clase, tuvo trabajos de oficio en bares y pizzerías, vivía el día a día.  Para mí sus relatos se situaban en los años 2000, hablaba de la locura del cambio de siglo, de las fiestas los viernes en la curva o en el Carlos E, de la vez que le sirvió de modelo en un desnudo a alguien de artes, "se imprimieron fotos por toda la universidad la gente pasaba las rasgaba o las arrugaba" (se reía mientras lo recordaba, no como un acto de rechazo aberrante, sino como la mejor de las bromas nunca hechas).  Mencionaba mucho a su club de cine con sus reuniones de las tardes, así mataba a la rutina sin dejar que se volviera agobiante, sus deudas en la biblioteca eran estrafalarias solía quedarse con los libros mucho más de la cuenta, siempre que me hablaba de la universidad no había nostalgia en su voz, sino un anhelo ferviente por los viejos tiempos, él finalizó un  pregrado en historia, ahora es profesor de humanidades en un colegio prestigioso, han pasado veintiún años pese a ello la primera vez que pise el campus sentía que yo había estado ahí en ese cambio de siglo, en esos corredores y en esos pasillos que tanto él me relataba.

- solo quería decirte que yo conocí tu universidad, que también pasé a la Universidad nacional.


Un martes en la Nacho de Mateo Restrepo Borrero

Ha vuelto llover. No logro escuchar con claridad las palabras del profesor. Tomo nota en mi tableta. Garabateo los signos que la tinta vieja del marcador ha plasmado sobre el tablero. Ya conozco aquella demostración. Afuera sigue lloviendo. Mi mirada divaga por entre los rostros que alcanzo a reconocer y los que no. A veces miro hacia la ventana, tratando de encontrarle cabida al sinsentido que elegí como profesión. Los pájaros me miran preocupado.

Después de casi dos horas de una clase a la cual solo un loco como yo le puede sacar gusto, salgo del salón. No me doy cuenta cuando termina de llover. A lo mejor todavía llueve, solo que el solazo que hace evapora las gotas de lluvia antes de que impacten contra el suelo. Me sitúo a la salida. Veo a la gente pasar mientras espero paciente a la muchacha que cambia a diario de corte y de tinte, a su amigo de trenzas y a su otro compañero cuyo nombre todavía se me escapa. Entretanto, sale del salón otra muchacha, una compañera que conocí cuando el mundo todavía estaba un poco cuerdo. Me saluda, la saludo y ella sigue su camino.

Por fin sale la gente que esperaba. Hablamos mientras bajamos las escaleras y hasta llegar a la esquina más incómoda de toda la universidad. Me fastidia el calor. Busco disimuladamente el sitio más cercano donde pegue algo de sombra, para mi desgracia está demasiado lejos.

Hablamos de la clase, de los ejercicios que dejó el profesor, de la tarea que hay que entregar pasado mañana. Les pregunto por las otras materias también. Hay quien repite, resignado. También hay quien aprobó a pesar de las circunstancias, pero que anda arrepentido porque no entiende una mierda de lo que está viendo ahora. Empatizo con ellos y parece que el sol se apiada de nosotros. Respiro aliviado, en parte por la piedad del clima, en parte porque me alegra volver a ver seres humanos.

Pasan los minutos. La conversación se agota. El pedacito de intimidad que cada quién estaba dispuesto a compartir se termina y el tiempo futuro se hace presente. Nos despedimos. La muchacha y el de trenzas salen para la de Antioquía, el otro compañero se queda estudiando. Yo no me muevo del lugar. No tengo razones para quedarme, solo quiero disfrutar un poco más lo que las circunstancias me arrebataron durante los últimos dos años. El tapabocas hace que me pique la nariz.


Un paso más de Carmen Johana Calderón Chona

Recuerdo que hace unos años la sola mención de la palabra universidad desataba en mí una curiosidad mórbida; y es que comenzó siendo un sitio misterioso allá por donde lo viera gracias a las historias. ¿A dónde van los personajes cuando acaban el colegio?, solía preguntar y, ante esto, mi madre me miraba abstraída y con aire melancólico. Algunos irán a la universidad. ¿Por qué?, seguía pensando; pero especialmente cuestionaba la razón por la cual existían los que miraban afligidos hacia tal horizonte (después de todo era “un taller de los sueños” como más adelante escuché). De las respuestas que recibí durante los siguientes años, hay una que rememoro con cierta gracia y que era pregonada por mis compañeros de escuela: vas para ser alguien en la vida. Tendría que ser la poco afamada profesora de literatura quien probara la fragilidad de tal argumento; una simple pregunta bastó para sumergir el aula en el silencio. ¿Entonces qué son ahora? Según esa lógica, éramos una nulidad.

Debo admitir que dentro de mi cabeza las voces revoloteaban como polillas carcomiendo horas de sueño e insuflándome el temor a un lugar aún inexistente y, acorde a ello, cuando recibí mi diploma de bachillerato solo supe expresar con voz temblorosa un agradecimiento medianamente cierto mientras mis manos sudorosas recorrían el pedazo de cartón. Ahí supe que iría a la universidad, tal como lo habían dictado mi conciencia, la sociedad y mis padres. Al principio, con la metodología virtual del primer semestre, pude disimular la magnitud de los cambios pues, aunque trabajando con compañeros nuevos y enfrentando situaciones que exigían más responsabilidad de mi parte, me encontraba en casa, al fin y al cabo.  Tuve que pisar por primera vez la universidad, ya en una ciudad tan ajena a mí como yo a ella, para entender que las causas de los desasosiegos no eran el extrañar a mi familia. En realidad, tenía miedo de soltar lo que conocía para arrojarme a la completa oscuridad. ¿Qué me aseguraría que las cosas saldrían bien una vez me despojara de lo que fui para ir en busca de un sueño? Por esto, no puedo evitar preguntarme si esos rostros que pasan a mi lado cuando voy a clase contemplarán los mismos temores.  ¿Son conscientes de que caminan por un túnel oscuro?, y, de ser así, ¿qué esperan encontrar? Ahora, únicamente reconozco a la universidad como un paso y, como todo paso en la vida, tendré que darlo sin saber hacia dónde me llevará.


La fortuna de tener una duda de Killy Gutiérrez Guzmán

Alicia caminaba por el campus. En su mente, como en días anteriores, se repetía cada vez más intermitente y frecuente la imagen de la palidez que tenían los pétalos de esa flor en un momento y el intenso sonrojo que adquiría en otros.

La incertidumbre trae consigo preguntas. Eso le ocurría y le llamaba la atención tanto como aquella flor, por cuyo árbol había intentado averiguar en varias ocasiones. Días antes y con insistencia le preguntó al biólogo, al dasónomo y al geobotánico, pero no obtuvo respuesta.

Recordando eso, en el camino cayó en cuenta de algo y se dijo: ¡tanto tiempo rogándole a unos tipos y teniendo, quizá, tan cerca la respuesta!

Se dirigió a un recinto en el que se imaginó que podría obtener la información y mientras tocaba la puerta pensaba en lo que anhelaba esa respuesta.

Tocó la puerta y le hizo la pregunta a un hombre con bata blanca que le abrió y a quien le mostró, en su celular, fotografías detalladas del tronco —que le parecía bello, como moldeado en plastilina—, de la flor —que se le asemejaba a una manualidad sutil— y de las hojas —con esa textura corrugada tan interesante—.

Entró al sitio y le respondió a él la pregunta de dónde la había visto. Esperó a que él buscara con atención y dedicación. Lo miraba leer nombres y abrir cajones. Luego, Alicia miró a su alrededor con detenimiento, sorprendida con la belleza de otras plantas.

En un momento, él llamó su atención, le mostró una flor igual que la de la fotografía, y le dijo: ¡Plumería rubra! Ella sonrió agradecida. Por fin supo el nombre y alivió su curiosidad.

Las expectativas son a veces una eternidad. En una parte de un texto que explica el significado de esa última palabra se lee: "bien podría decirse que la eternidad no es para tanto”. Lo dice esa, a la que sí todo el mundo le pregunta y le cree: Wikipedia, la misma a la que por lo general se le tiene presente, lo que no hizo Alicia desde un principio con la oficina 118 del Bloque 11: el Herbario.

En un punto las dudas terminan, pero ellas estarán siempre, vendrán otras, se trata de escudriñar.


Un foráneo en casa de Yohan Camilo Sánchez Meza

Ahí estaba yo, en una agitada ciudad que no conocía, conviviendo con las bestias más veloces, agiles y arriesgadas que jamás había visto (Algunas personas les llaman transporte público), observando detenidamente a una especie avanzada de humanos que evolucionaron para desarrollar habilidades que les permitían vender hasta a la mamá (Algunos los llaman paisas) y desarrollando nuevo vocabulario dentro de mi diccionario (En mi municipio guarapo es otra cosa jeje) viviendo con gente que no distinguía, cargando un peso enorme sobre mis espaldas, lejos de mi familia, de mis amigos, de mi gente, lejos de todo lo que conocía. Tenía miedo, sentía pánico, supongo que muchos se sentirían igual, o tal vez para otros no fue tan difícil, el caso es que empezaba una nueva vida. No todo iba a ser fácil, ver como mi madre lloraba después de dejarme fue como una apuñalada, no soy la persona más afectiva, pero trataba de mostrarle que todo estaría bien, que yo era lo suficientemente capaz de afrontar este nuevo desafío. Aun así, un vacío recorría mis venas, aunque tuviera compañía había momentos en los que me sentía solo, ¿Habré tomado la mejor decisión? ¿Seré capaz? ¿Qué pasará si no lo logro? ¿Y si decepciono a todos los que me importan? Un mar de preguntas inundaba mi cabeza. La primera semana viví pensante, atento, asustado y muy precavido.

Seguramente en un futuro recordaré esa primera semana con nostalgia, me sentía nervioso, tenía muchas dudas, después de todo era un primíparo hecho y derecho, aun así, por fuera estaba serio, irradiaba la imagen de que tenía todo bajo control, pero esto no podría estar más alejado de la realidad.

Mi nuevo hogar me recibía con un acogedor verde, casi por todas partes podías notar pequeños o grandes rasgos de vegetación, realmente una belleza natural en todos sus sentidos. Era como estudiar en un tranquilo y acogedor pedazo de cielo, convivir con las distintas criaturas que podías encontrar a los alrededores era fascinante, muros que resguardaban historias, trazos de mucho talento cubrían la capa dura y seca del cemento, los pasillos no solo resguardaban historia, eran historia, grandes personas destacadas en muchos aspectos habían pisado el mismo pasto y respirado la misma aura en la que me encontraba, era un ambiente mágico, me sentía más seguro, me sentía más aliviado, me sentía en casa.

Poco tiempo ha pasado, y desde entonces no dejo de sentirme como niño en dulcería cuando paso por la portería. He conocido gente maravillosa, he reído, me he divertido, como también me he sentido mal, frustrado o hasta enojado, es parte de crecer, es parte de vivir, es parte de sentir lo que la Nacional tiene para ofrecer. Este no es solo un lugar para estudiar, este es un lugar para crecer, avanzar, evolucionar y mejorar, trabajemos duro por sacar lo mejor de nosotros, la universidad no solo es un gran espacio con muchos salones, la universidad somos nosotros, nosotros somos Nacional.


El poder del contacto de Johana Andrea Estrada Castrillón

Una mañana abro mis ojos y me sorprendo porque nunca antes había sentido en mi corazón un regocijo como el que tenía en ese momento, no entendía nada, para mí era un día igual de rutinario a los demás, pero mi corazón se sentía diferente y a partir de ese despertar es que empiezo a notar un mundo interno muy cargado pero que todo era lindo, lo bueno y lo malo, lo tangible e intangible, lo imperceptible,  mi espacio, ¡mi yo! y sentía que todo me aportaba.

Se acortaba el momento en el que entro en esta holgura, en este mundo dentro de mi mundo, tantas cosas ahí, riquezas y más, observo esa energía y ese sentimiento de las plantas jóvenes y adultas que allí residen, escucha mi subconsciente sus palabras sin voz, que enriquecen mi entorno, que no predilectan si no que buscan al que llega, observo todas estas personas tan diferentes pero tan unidas en su visión y admiro estar allí, haciendo parte de este acervo.

Abro mi mundo, ofrezco mi ser, permito que ingresen, aprendo él, vuelo con ellos y sueño despierta, no es mi razón, es mi otro yo, ¡el verdadero! el que encuentro allí en ese espacio regido por el saber, aspirado por aquellos mundos en búsqueda de explosión, por aquellos que quieren ofrecer lo que solos no saben explorar.

Es el amor el que habla sin sonido en cada rincón de mi universidad, el que me lleva a imaginar otro mundo con intelecto, un mundo al que quisiera adentrar a mis raizales, un mundo dominado por la imaginación, exigente de lo que no sabemos pero predecible a lo sí podemos. Es ese espacio, ese contacto, es esa búsqueda de lo que no hallamos, es ese roce visual que nos lleva al gozo y nos invita a olvidar lo que es normal, a ignorar lo que interfiere, a exaltar ese poder divino y a usar capacidades ocultas que traemos todos para saber conjugar y así elevar ese poder unidos buscando sostener lo que hoy tenemos y mejorar lo que ofrecemos, es el amor, ¡oh si!, es el amor, se siente, se huele, te acoge, te transforma, ¡sí! es el amor, es mi universidad.


La esencia de Diego Alejandro Moreno Pedroza

Pasé tantas clases virtuales aburrido en la monotonía, centrado en que la realidad se había convertido en pasar todo el día la pantalla del computador y luego descansar viendo la pantalla del televisor, que mi mayor anhelo fue volver a la realidad y tenerlo AHORA. Pero a veces no se puede tener lo que uno quiere.

Ya llevábamos más de un año encerrados en casa, cuando volví a las aulas de manera presencial sentí que todo sería diferente, pero… Nada, no había nada diferente, solo era un lugar vacío, un lugar sin almas, sin emoción, sin alegría… Ahí fue cuando me di cuenta de que la universidad no la hacen las aulas, ni los profesores, ni los edificios.

Son las personas las que se encargan de que sea un lugar con personalidad, con pasión y emoción. Esto es lo que la hace diferente. Lo que hace que mi lugar de estudio tenga alma propia. Un alma compuesta por millones de sueños caminando en forma de personas que se levantan todos los días a ser la mejor versión de sí mismo y a tratar de comerse el mundo para llenar de orgullo sus hogares.


Re-conocer la tusa en el ámbito universitario y otras maricadas sin relación de Alejandro Morales Sánchez

(Esta no es una historia de desamor. Ni la historia de un espacio dibujado con una prosa endemoniadamente clara. Esta es una tentativa, distorsionada del género literario que los cuchos de humanas denominan como “relato”, aunque pa mí no deja de ser pura tramadera con un pite de lenguaje dentro y salsa agridulce por fuera).

Volví a tener ese sueño, donde hablábamos en turco a los vigilantes. Te veías tan hermosa que me daban ganas de llorar. Duermo poco y despierto balbuceando árabe sin ninguna razón en los auditorios. Quizá sea una señal de que debo irme de intercambio a Estambul o convertirme al islam. En otra época, pasearíamos en bicicleta por el campus de la Koç Üniversitesi. Venderíamos buñuelos de bocadillo para mantenernos, tenme fe, algún día el dulce de guayaba será primer producto de exportación del país y no envejeceremos.

Nuestro pasado fue una membrana dulce, que mi regreso a esta Universidad volvió a abrir. Estudié la fisionomía de la Sede a través de tus palabras, las peroratas de los gorriones colorados que salían de esa alborotada cabellera tuya, las vías de acceso, incluso, planeamos escuchar canciones jartas de indie nórdico tumbados en las cabañas del venteadero. Un día, nos juramos inventar una gramática con las moras que tanto te gustaba comer al lado del bloque 12 (allá donde la gente se la pasa tirando, fingiendo que es puro ruido ambiental) para que solo los insectos posados sobre ellas pudieran comprender. Recuerdo que amaba cómo el color de la piscina te pintaba las caderas de un azul bioluminiscente, mientras yo te miraba, consciente de que al lenguaje hay que arrojarse sin saber nadar. Nuestra devoción por Yourcenar en los pasillos del Bloque 25 fue muy popular entre nuestros dos amigos en común. Leíamos Cómo se salvó Wang-Fo y sumercé no dejaba de parecerme la esposa de Ling “infantil como la leche, dulce como la saliva, salada como las lágrimas".

Tu amor se secó de golpe/ nunca dijiste por qué.

La genealogía de mi pasión por ti empezó y terminó así: Cambiando de ciudad, tachando mi autobiografía con un lapicero violeta, entrando de nuevo al campus sin que los dos tuviéramos ningún tipo de relación. Y ahora, me pareces tan irreal vos estando en otro país, tan dibujo animado bailando en los muros de la facultad. Mientras, te escribo, sin dirección postal a donde enviarte este sermoncito rosa que me nace de la vesícula, por lo que tendré que dejar esa penosa tarea en manos de la Secretaría de Sede. De otra parte, el lenguaje que te di lo mastico o te lo pongo a hornear en el 46, allá donde me dijiste que Vestir significa también “bajar los párpados”.

Acá dejo esto que tiene pinta más de epístola poética, de pasaporte turco que relato, y me parcho a ver si transcribo mis sentimientos como una lengua muerta en las mesas de humanas, donde la primera estrofa seguramente sea:

La vida es un toro mecánico

en la que siempre

nos montamos

de rodillas


A. y B. en la U. Carlos Andrés Cardona Molina

A. despertó con sensación de buenos presagios. -Algo bueno sucederá se dijo.

Había retornado a la Universidad. Aquel día, ingresando al campus un estrepitoso motociclista le sonó el pito y A. del susto casi se golpea la cara contra una rama. Al entrar a la Universidad, decide comprar un café en el 24, no conoce mejores tintos que los de aquel bloque. Lleva su bebida y se sienta en el descanso de concreto que hay camino al 46, allí sentada, un compañero la sorprende por la espalda con un alborotado saludo, provocando que A. derrame el café sobre un libro que tenía a su lado y que además pertenece a la Biblioteca.

-Tocará reponer ese costoso volumen, pensó inmediatamente.

B. sale de la casa con la sensación de que algo malo le vendría. Bajando del Metro, un amigo en taxi le saluda indicando que va por la 65 y que lo puede arrimar.

Al llegar a la U. se dirige al bloque 24, pero antes, prefiere pasar por biblioteca a mirar libros en trueque, de camino encuentra 20 mil pesos y por si fuera poco, en el estante donde con frecuencia hay material que se obsequia, ve un libro que siempre ha querido tener y no había podido conseguir, entonces lo toma de inmediato para sí. La suerte le concedió este costoso volumen. B. se dirige entonces al 24 no sin antes pasar por el 46 por si topa de suerte a aquella que lo desvela. La alcanza a ver, apenas tan apurada, limpiando un libro al cual parece le ha derramado un café entero, se le acerca y le ofrece ayuda sacando un pañuelo exquisitamente blanco que siempre lleva consigo. A y B parecen compatibles.

A. y B. llevan ya más de un año de novios y quiénes conocen a B. dicen que algo muy bueno le pasó el día que conoció a A. Que ya ni se junta con las minúsculas y hasta parece una letra de alfabeto griego, sin embargo, aquellos que saben quién ha sido siempre A. aseguran que algo raro o tal vez malo le pasó el día que se cruzó con B. Ha tenido un cambio drástico dicen algunos; ya no parece una vocal sino una consonante cómo la “H” o como una “X”, dicen otros.

Espirales de Elías Ricardo Cogollo Valdés

Frente a las cosas, realmente, no he tenido tiempo, frente a la realidad tampoco. Siendo honesto, por lo menos dos veces en mi vida lo he tenido claro, la primera en medio de garabatos y trazos mal hechos, aunque dicientes, en alguna fila para la merienda o meditando entre materias después de algún recreo, la segunda (con pasos más firmes), después de algún análisis complejo y futurista, pensando la respuesta a alguna pregunta, en medio de las escaleras que llevan a alguna cafetería o a las afueras de cualquier salón que abunda de conocimiento. A pesar de esto, la puntería nunca ha sido al blanco y la vela siempre a medio alzar (en cada zarpazo).

Sin embargo, eso no me ha preocupado tanto, no lo suficiente para ejecutarlo, escuchar algún quejido en alguna revuelta representante de los llantos de aquellos dignos de llorar me ha vuelto más pasivo, como esperando el momento. Aunque esperar no es lo mío he sabido encontrar mis lugares y mis placeres, la gota fría la sudé hace tiempo y la nota subyacente desde siempre me lleva persiguiendo, por los salones, por los pasillos, entre cuadernos y en el trazo de mi lápiz, aunque escondida, siempre peligrosa (para escribir).

Aun así, desde que estaba perdido y olvidado, viendo pasar gente, lugares, momentos, entre tumultos de ideas, de personas, de pensamientos. Pero intacto, sin dejar borrar la huella que iba marcando, aunque cambiando cada vez de zapatos, de vestimenta, de portamento y de semblante en general, desde ese momento en que empecé a reconocer entre todos y entre tantos, desde que empecé a reconocerlos (de nuevo), en ese momento olvidé reconocerme, y a pesar de los tiempos ni siquiera recordaba haber empezado a hacerlo. Pesado, denso, sin cabida y a medias vueltas de mi vida de papel maché, rasgada (a medias rasgada), empecé a recordar o a intentarlo y por fuerte que fuera la ola no amenazaba ante mi pálpito certero, ni por oscuro que pareciera el pasaje lograba pincharme la vida (ya a tres cuartos), porque desde ahí empecé y dije <<desde este instante>>.


Una zarigüeya en pandemia de Marol Salomé Valencia Calderón

La zarigüeya veía la universidad como una prisión. Llegó allí al escaparse de un centro de atención a la fauna silvestre, lo que para ella no era más que otra prisión. Al menos su prisión actual le recordaba su hogar en las montañas, con campos verdes y vegetación espesa. En la universidad había cemento, que era similar a las rocas, muchos menos árboles y más gatos. La supervivencia era difícil porque el número de animales que podía cazar y estaban aprisionados con ella era bajo, además el agua solo la obtenía de las alcantarillas y la hacía enfermar. Lo peor de todo eran los humanos, con sus trampas y su intención asesina. 

Un lunes al irse a dormir la zarigüeya sintió una paz que jamás había experimentado. Fue tanto la curiosidad que le produjo la sensación que se levantó averiguar que pasaba. La universidad estaba desierta. No había humanos y los parqueaderos estaban vacíos. Incluso afuera de la universidad tampoco habían humanos y las calles estaban vacías. Era libre, podía abandonar sin riesgo su prisión inmediatamente. Y así lo hizo. Corrió como nunca y lo primero que hizo fue encontrar agua corriente, que no esperaba que estuviera más sucia que la de las alcantarillas que solía beber. No pudo cazar porque las ratas eran escurridizas y los pájaros astutos. Incluso en una ocasión cayó a las alcantarillas por una entrada donde faltaba la tapa y le tomó mucho tiempo trepar las escaleras para volver a la superficie porque la profundidad de estas alcantarillas no era como en la universidad y subir escaleras no era como trepar árboles.

Derrotada, la zarigüeya volvió a la universidad. La encontró de hierbas altas y no le pareció tan mala como la recordaba. Se prometió dejar de ser miserable allí y re-conocer la universidad con otros ojos. La recorrió completa, conociendo espacios en los que nunca había estado. Hasta encontró una forma de beber aguas lluvias que se almacenaban en un tanque y en ausencia de humanos se sintió libre. La universidad pasó de ser una prisión a ser un oasis.


El orbital de Laura Carolina Álvarez Morales

Un orbital atómico es una zona del espacio donde existe una alta probabilidad de encontrar al electrón, comenzó diciendo el profesor el primer día de clases presenciales. Electronegativa, aquel día escasamente podía concentrarme, desvié mi mirada hacia la puerta. Entró él, se sentó a mi lado con su electrón sonriente en el orbital, allí lo encontré, fue inevitable el enlace.

El robo de Iván Estiven Quintero Zuluaga

El sol aún no tejía de formas y de espacios las majestuosas montañas y los esquivos valles, pero el día ya iniciaba para muchos de nosotros. El silencio mezclado con el ruido de los motores y de las ruedas rasgando el asfalto, parecía ser la apertura de la banda sonora de un nuevo día.

La bella ciudad, con sus ruidos y sus colores, pasaba desapercibida, pues me encontraba absorto por las miles de imágenes de la pequeña pantalla que tenía ante mí. Volvería, como meses atrás, a recorrer el campus de la universidad, pensando en exámenes y trabajos, consumido en mis ideas y metas, con el único objetivo de subir, tal vez como Sísifo, una gran colina arrastrando una pesada carga, para al final ser castigado a reiniciar la pendiente con una nueva carga y un nuevo objetivo. Aún así, éste es el valor subterráneo de lo que somos, nuestra aparente absurdidad.

 Al descender del vehículo noté, con un poco de extrañeza, que las luces de la ciudad aún brillaban, como en el cenit de la noche, pero,- el reloj de miles de personas dispuestas en sus labores matutinas no mentiría-, pensé, tal vez el dios sol se ha retrasado un poco. Proseguí mi camino hacia el corazón de la ciudad, rumbo al verde campus del saber, la ciencia y la verdad.

Poco a poco, los relojes marchaban, pero el astro real no daba atisbos de comenzar su faena por la esfera celeste. Llegado el momento de ingresar por la portería de la universidad, el caos se hizo notar, el murmullo era espantosamente aturdidor. Habían saqueado la universidad.

No amigo lector, ningún artículo de los bloques faltaba, el inventario estaba intacto; era peor que eso; el campus se había convertido en un desierto de fríos muros, sin hojas, sin árboles, sin cantos de aves, sin frescas zonas verdes, sin luz. Habían robado su magia, su vida, su identidad y su encanto. Faltaba el murmullo de los senderos, las risas de los pasillos, las miradas de unos y otros. Robaron la normalidad, la cotidianidad, lo natural.

Todo había sido reducido a blancos y negros, a entradas y salidas; a simples pantallas, monitores, micrófonos y cámaras. Aulas vacías sin compañeros y sin maestros. Habían robado lo humano del saber.

El sonido estruendoso de la alarma sonó, el reloj marcaba las cinco en punto del día, el inicio de la infatigable rutina. El inquietante sueño, me había hecho recordar lo mucho que dependemos de lo cotidiano. Es allí donde somos, es nuestro espacio, es donde nos reconocemos y reconocemos nuestro entorno.


Una cuidad muy fría de Víctor David Revueltas Rodríguez

Las personas son tan absorbentes que a veces sueles quedar atrapado en ti.

Cuando el costeño se levantó por la mañana estaba envuelto en sudor, al levantarse a vomitar pasó por el charco que había dejado la noche anterior. Aquella mañana derrotada la había vivido tantas veces que ya sabía que partes de su habitación estaban comprometidas.

Se sentó sobre su silla a pensar en cómo componer el día, y cumplir lo que tantas veces resonaba en su cabeza; que aprender, como ser mejor, Aprender hasta la dispersión para encontrarse cansado de no ser bueno en nada y darle un matiz de aparente curiosidad al día.

Había visto tantas caras ir y venir que había perdido la capacidad de distinguir entre las masas de carne. Verse al espejo y sentir ira al reconocer se, podía caber en su definición de milagro.

Cuando Sebastián le habla a su celular para preguntarle si vendría a verlos esa tarde. No respondió.

La tarde transcurrió en su salón de clases conducido por la inercia del día que lo lleva a desarrollarse.

Un compañero lo saluda chocando las palmas y para burlarse, señala.

+Nada como un día con otras 40 personas que hacen exactamente lo mismo que tú.

El costeño lo mira y sonriendo, agrega:

-Es entonces que cada pensamiento resulta patológico, Listo para surgir en cada uno a su tiempo, como la fisura que sale en el acabado del muro o el dolor de las articulaciones en las personas mayores.

El celular suena. Y el identificador: Carlos.

De nuevo, no contestó.

Sus compañeros parecen animados, hablan entre ellos con aparente naturalidad y las lecciones las acogen con genuino interés.

Al llegar la hora de salida ya era de noche y de nuevo estaba encerrado en sus pensamientos con la misma idea. “Golpear su cabeza contra la mesa se oye tan bien cuando escuchas hablar a un profesor que mira la hora cada 5 minutos, es el mismo negligente viejo que les califica el interés por debajo de la mitad”.

Al caminar a casa hace frío, las luces le gustan, las calles se fugan en la perspectiva mojada de concreto, asfalto y vidrio y en una esquina del cuadro la que se le roba el sueño se pierde en el infinito.

Sentados en el mismo bar, mirando el mismo cartel luminoso, con tantas personas a su alrededor, de nuevo estaba solo consigo mismo.

 

-Has notado que la ciudad está vacía, charlie

 

+Entiendo a qué te refieres costeño

 

Lo siento por ti, Espero que al menos lo que haces te llene.

 

El resto de la noche pasó en llorar a carcajadas.

 

Durante la borrachera el costeño sentía que el frío que padecían era solo un reflejo de la soledad, algo que hace que las personas se acerquen entre ellas y los espacios como estos se sientan algo confortables.

Después de otra mala noche, de nuevo, no podía seguir negando su humanidad a la espera de la muerte.

De camino a clase al ver a su persona Favorita dejo de sentir vergüenza por sus imperfecciones y de nuevo fue hacia ella en busca de no una relación platica, sexo casual o simple compañía. Si no, para llenar el momento con su presencia como un detalle más de su paisaje.



Libro inesperado de Johana Isabel Gallego Arroyave

– ¡Hey! ¿Qué tanto piensas? – alcé la mirada para verlo a los ojos. Se veía diferente a la última vez que habíamos compartido – En nada – contesté conservando mi aire serio y sereno. Él sabía que ese típico “en nada” significaba un mar de pensamientos en mi mente que, claramente, no quiso interrumpir y lo agradezco, pues prefiero estar sumergida en ellos sin distracciones.

– Bueno, debo irme ya – me dijo. Volví a mirarlo para sonreírle como un acto de despedida – Adiós – escucho nuevamente su voz resaltando su partida, quedando sola en la mesa frente a la biblioteca.

Siempre ha sido mi lugar favorito, desde la primera vez que ingresé a la Universidad. Tal vez me sentía así de emocionada al verla porque, luego de dos años lejos de este lugar, pareciera como si volviese a iniciar una nueva aventura.

– Buenas tardes – Saludé al entrar en la biblioteca. Debía estudiar para un parcial de una asignatura importante y opté por la seguridad de un libro, aunque no soy tan fanática de ellos. Me acomodé a gusto en una mesa cerca de la entrada donde podía ver a todo quien entrara allí. El problema era que ese día mi concentración estaba nula, provocando que me distrajera con lo primero que ocurriese a mi alrededor.

– Hola, ¿cómo te encuentras? – Escuché un susurro entre las librerías – ¿Te gustaría hacer algo hoy? – Una vez más la misma voz. Me reí en voz baja, pues al parecer la biblioteca también sirve para citas amorosas clandestinas – Si quieres podemos ir a tomar una limonada – insistía el chico sacando todo tipo de armas para que ella aceptara. Mientras, yo continuaba riéndome en voz baja agudizando mi oído para entretenerme con la conversación ajena.

No me mal interpreten, no me río del romance y de lo enamorado que se veía el chico, lo hacía de las técnicas que tiene cada persona para conquistar a alguien. Menos mal a mí no me pasa ese tipo de co… ¿o sí?

– ¡Eh! ¿Qué hace aquí? – dije sorprendida. Creo que lo hice en voz alta, pues varias personas me miraron por unos segundos, solicitando silencio – Lo siento – Les dije horrorizada, agradeciendo al universo porque, a quien vi, no me había escuchado.

Se veía diferente a como solía verse en los entrenamientos; sus tenis, chaqueta, el casco de su moto en la mano y su sonri… – ¡Contrólate! – me reprendí inmediatamente. Ella causaba algo en mí, que no podía explicar, desde el primer día que inicié a entrenar en su equipo, y creo que hasta el día de hoy no lo sabe.

Nerviosamente, observo como devuelve unos cuantos libros. Termina y sus pasos se dirigen de nuevo hacia la salida, perdiéndola de vista. Justo ahí descanso, por fin, de ese acalorado momento.

Noté mi frente con sudor, tal vez producto de toda esa revolución de emociones de ese instante, así que decido sacar un pañuelo y limpiarme rápidamente, a la vez que pienso en que me gustaría volver a verla, al fin y al cabo, apenas es un reinicio de Universidad.


El grito de Luis Miguel Montero Alvarado

Era sábado, la hora rondaban las dos o tres de la tarde, la universidad estuvo transitada ese día hubo parciales, pero dichos parciales tenían como hora de cierre las doce del mediodía, entonces, ¿Qué hace un estudiante en los campus de la universidad un día en que no tiene clases matriculadas, ni exámenes por presentar?, se los respondo con tres simples palabras; No les importa. Pero les quitaré la duda, mi plan ese día era llenar de películas mi computador, para una maratón en la noche, había tenido una semana dura, necesitaba algo para descansar y desconectarme un rato.

Estaba en las mesitas que hay por el bloque 16, dicen que el internet ahí llega rápido, no sé, yo les creo. Puse a descargar creo que era la cuarta película, me gustan en HD y en idioma original, así que la búsqueda a veces se hace un poco difícil. Me dieron ganas de orinar y  cuando me dispuse a ir, dejé mi computador y mis pertenencias al cuidado de uno de los escasos cuatro desocupados que estábamos en las mesitas.

Soy primíparo de virtualidad, no tengo ubicados todos los baños del campus, así que fui al baño de la biblioteca, estaba cerrado. “¿Pa’ ‘onde agarro?” me dije, y la orden que me dio mi mente fue “Pa’l 46” sí, sé que de pronto su decisión hubiera sido para el Ágora o no sé para donde más.

El baño de personas no menstruantes del primer piso estaba cerrado, como que era el día. Subí al segundo piso, en la puerta vi la bandera del ELN, miré bien y me doy cuenta de que no es el ELN, es el MPR o MRP, no recuerdo bien, entré al orinal y comencé a silbar… No mentira, no sé silbar, pero si saco un sonido agudo al apretar los labios, lo hice e hice mi necesidad plácidamente. Terminé, me lavé las manos con agua y jabón como Pimpón y cuando me dispuse a salir un “¡HEY!”, me detuvo, me volví hacia el baño, el grito me pareció provenir de uno de los sanitarios, y pues, esperaba que sí, ya que en los orinales solo estaba yo.

“¿Ya te fuiste o sigues ahí?” volvió a gritar, entré al baño y busqué el sanitario de donde provenían los llamados, al estar en la puerta respondí:

-Sigo acá. ¿Todo bien ahí?

Pregunta muy imbécil, pero no se me ocurrió nada menos cliché.

-NO- me refuta- no hay nada bien aquí dentro, estoy acá encerrado hace como media hora, han entrado como dos personas y me ha dado pena pedirles algo. Marica, ya tengo el culo cansado. Necesito papel. –

Me explicó cómo sacar papel en una de las dispensadoras, y salgo en búsqueda de una de ellas, pero también pensando en que nunca he hecho del dos en el baño de un lugar público y que si me llegara a pasar una situación de estas, ¿Si tendría valor para pedir ayuda o hubiera buscado otro tipo de soluciones? Esas se las dejo a su conciencia e imaginación.

Volví al baño después de haber coronado con 4 pedazos de papel, y se los pasé por debajo, me dio las gracias y me fui con rapidez porque realmente no quería saber quién era esa persona.

Vuelvo a las mesas termino mi tarea, retorno a casa y me olvidé de ese suceso, hasta hoy.


Lejanía de Laura Andrea Machado Álzate

Tuve que salir corriendo. Te conocí una tarde y unas cuantas después, hui, hacia un lugar desconocido, con valentía y prudencia debía alejarme de ti. Dejar la pequeña patria, era abandonar el nicho que ha significado mi andar. He salido en busca de tierra fértil, de un alimento que no se halla en el lugar natal, no por un asunto de suerte climática, sí por la certeza de un arbitrario asalto por tener mi origen en tierras infartadas, corroídas por estallidos continuos, tierras desahuciadas debido a ser maltratadas y violadas. Las que van quedando tan desabridas como el parto crudo de una mujer que ha parido cuatro hijos por cesárea, indeseada.

 No quise dejarte tierra querida, soñada, añorada, pero si no salía justo ese día en que la suerte movió sus cosas, sería yo ahora mismo un campesino, hijo del desamparo y del desgarro. Tendría las gallinas en la maleta y algunas semillas de café en el costado. Cargaría el dolor de una vida, sosegada a veces en iglesias, otras veces en las plazas o con fortuna, nómada en casas de resguardo.

 ¡Oh tierra anhelada! Merezco un perdón, porque aunque no traje aquellas cosas en el lomo, te traje a ti. Vienes conmigo, te llevo, pero no en las maletas como las gallinas; vas como un implante que se incrustó hasta el límite del alma. Llego en compañía tuya, a este valle y comienzo a habitar aquel jardín, un lugar de árboles foráneos, que aprovechan las aves migratorias. Lugar de todos los colores, con extrañas cabañas y una gran barrera verde que aísla la ciudad. Donde huelo el rocío, justo cuando las aves están en su furia mañanera.

 ¿Qué sería de mí, oh patria que me visto de ti, si no me hubiese ido ese día? Sería tal vez un fiel trabajador de tus entrañas, pero no sería yo esto que voy siendo, un amante de la sublimidad de los hallazgos, no estaría en la dirección sensible y paradójica de esta, sublime y desconsolada vía filosófica en la que me he embarcado. No estaría yo, adorada Gaia, viendo los ojos sorprendidos de los alumnos en las mañanas. No sería preso de aquellos poetas que, al susurrarme al oído, me dicen: '¿Cómo morir sin haber leído esto?' No me juzgues por ambicioso, no lo hagas con rencor, bien sabes que mi destino estaba enrutado por mi amado padre, quien quería conducirme por esos, sus conocidos pasos. Hoy he vuelto a ese segundo amor, a sentir la algarabía de mis estudiantes, tras el encierro, aquel que me guio hacia el encuentro conmigo mismo. Mis años los he gastado, no en tu campo, sino preparándome para esto que soy, alguien que estudia a sus estudiantes, tanto como a sí mismo.


Re-surrección de David Javier Giraldo Infante

Cuando dejé el libro sobre el estante y la puerta de la biblioteca se cerró, quedaron aprisionados los libros, que viven cuando se leen y cuando no, se convierten en simples objetos inertes, sin esperanza, sin sentimientos y mueren… y luego se descomponen. Poco a poco, las novelas se convirtieron en cuentos, los cuentos en cuentos cortos, los cuentos cortos en poemas, los poemas en microrrelatos, los microrrelatos en oraciones, las oraciones en frases, las frases en palabras, las palabras en letras y las letras chorreaban por los estantes, caían al piso y se desparramaban como una catarata por las escaleras sin rumbo. El santuario en el que reposaban fantasías, esperanzas e ilusiones se convirtió en una simple bóveda.

Años después, las puertas abrieron, y los que sobrevivimos leímos, recobramos la esperanza y sentimos, y les dimos vida y nos dieron vida… y las letras se reagruparon, formaron palabras, frases y oraciones, se convirtieron en párrafos, microrrelatos, poemas, cuentos cortos, cuentos y novelas.


Semestre de Joan Sebastian Ocampo Trejos

Camilo es un estudiante foráneo como cualquier otro estudiante foráneo, un estudiante que debe de ir a la ciudad luego de dos años de pandemia encerrado en su pueblo.

Comienza el día, son las 2 am, se levanta, inscribe materias, no le queda el horario como quería, se enoja un poco y por último se resigna. A las dos y media de la mañana se organiza y empaca sus maletas mientras busca en redes sociales una habitación cerca a la Universidad que esté en su presupuesto, que le guste, confía, paga por adelantado. Compra los tiquetes para ir a la ciudad. Beso en la frente de su viejo padre, lágrimas y una bendición de su amada madre. Comienza su viaje.

Llega a las 5:45 am, encuentra su habitación, no era lo que se veía en las fotos, se resigna, desempaca, organiza un poco, sale tarde hacia la Universidad.

Entra a la universidad, la reconoce, la admira, se siente en su hogar, le toma una foto al bloque de su facultad, la sube a redes. Entra a la clase, al principio entiende, por la mitad se pierde, al final ya se está quedando dormido, guarda su cuaderno, sale del salón. Desayuna un cereal que guardaba en una coca. Mira el reloj, sale corriendo hacia el laboratorio, hace la práctica de nueve a diez de la mañana mientras no pierde su vista de Estefa, realiza el informe de laboratorio, le pide el número de celular, saca mala nota en el informe, pero tiene el WhatsApp de ella.

Sale del laboratorio con ganas de dormir en un pasillo, pero se encuentra una pancarta de revolución en toda la fachada del edificio, asiste a la asamblea gana el paro, luego sale evacuado de la Universidad por el tropel y los gases lacrimógenos. Unas pocas horas dura el paro, en ese tiempo adelanta trabajos (o eso dice él) y habla con Estefa, empiezan a salir, se besan, tienen sexo y comienzan una relación.

A la una de la tarde almuerza en el Ágora, juega un pequeño partido de futbol en las canchas del polideportivo, a las 2 pm estudia para un parcial, lo hace a la media hora después, lo pierde. Estudia para el próximo parcial, lo gana. A las tres y media de la tarde se pelea con el "amor de su vida", terminan, vuelven, terminan, regresan de nuevo, terminan en definitivo. A las 4 pm entusado va a su última dase, no entiende un carajo y a las 5 hace su último parcial, sin saber cómo lo gana, pasa el semestre.

A las 6 se organiza para ir a una fiesta dentro de la universidad, celebra, baila, se embriaga, se besa con una chica, le pide su número, es rechazado. Regresa a su habitación, no puede creer que haya vivido en ese lugar y solo espera no volver y llegar en ese mismo instante a su casa, donde su familia. A las 9 viaja a su pueblo, en el camino vuelve a chatear con Estefa y se vuelven amigos.

A las 11:50 pm llega con sus padres, lágrimas, risas, historias, orgullo. Y antes de que se acabe el día se acuesta en su cama para poder descansar, para recapacitar las cosas, para volver a tomar fuerzas y empezar un nuevo semestre.

Es el momento de Daniela Londoño Bermúdez

La pandemia nos cambió, para algunos la depresión, la tristeza, y la ansiedad entro en nuestras vidas y ni sabíamos que era lo que nos ocurría, ahora somos extraños, sostener la mirada cuesta, las palabras son pocas, el no saber cómo empezar a socializar con los demás es incómodo, te hablan y no sabes que responder, tan solo una sonrisa es lo que podemos dar.

Ahora es el momento de reconocernos, de  poder respirar el aire fresco, el saludar, tener clases presenciales, estudiar en grupo, el reírse de los chistes de las y los compañeros, el poder escuchar sus historias es algo que enriquece, se hace uno sensible, al escuchar que somos historias, que somos una cultura diversa, donde una palabra puede significar otra cosa diferente a lo que conocemos, que hay muchos lugares por conocer, que hay mucho por estudiar, que hay deporte por hacer, amistades por conocer, amores por llegar, historias por escribir y vivir nuestras vidas, son las cosas maravillosas de habitar la Universidad Nacional.


Cuestión de suerte de Daniel Sepúlveda Acevedo

Eran las 8 de la noche, Laura se sentía afortunada, había pasado el parcial que creía perdido, le tocó un puesto en el bus de regreso a casa, el tropel planeado para ese día había sido estropeado por la lluvia, encontró un billete de 20 mil en la calle que nadie parecía estar buscando y todos sus planes habían culminado satisfactoriamente.

En su nevera todavía quedaba una arepa, un huevo y un poquito de queso. Aún había aguapanela y su roomie no estaba, así que podría descansar tranquilamente.

Se dio una ducha antes de irse a dormir, el calentador de agua había vuelto a funcionar, todo era perfecto. Las sábanas olían a soflán y estaban suavecitas, Laura se sentía completa, iba a tener tiempo para dormir y asistir a su clase de 7 a.m de física mecánica, bien descansada para presentar el trabajo que su profesor le había dado más plazo de entregar.

Eran las 8 de la mañana, Laura recién llegaba a la universidad. Se había levantado a las 7 y 15, la alarma de su celular no había sonado porque estaba sin batería, recordó que el cargador se lo había prestado a una compañera y ninguna cayó en cuenta del asunto al despedirse el día anterior.

Ya no había ni arepas, huevos ni quesito para el desayuno, ni siquiera un poco de aguapanela. El calentador de la ducha había vuelto a fallar, de por sí las mañanas en Guarne son gélidas para Laura, quien ahora habría tenido que bañarse con el agua fría.

Dispuesta para irse en carrera a tomar el bus a Medellín se da cuenta que no hay más puestos y le toca convencer al conductor que la deje ir parada, al mismo tiempo suplicando que no haya mucho taco en la vía, pendiente del reloj y rogando por un poco de más misericordia de su profesor.

Finalmente había llegado a la universidad, todavía quedaban 30 minutos para que el profesor acabara su clase, pero al llegar a la portería de Coca Cola notó a unos seres familiares vestidos de negro y con la cara cubierta.

Laura se dio cuenta que había tropel, sin embargo, mantuvo la esperanza de que su profesor hubiera dado la clase.

Corrió al salón a buscarlo solo para darse cuenta que todas las sillas estaban vacías.

Su frustración no era expresable con palabras, la única forma de palpar tal sensación era la expresión en su rostro.

Resignada, decide abandonar el bloque y en el camino se encuentra a la compañera a quien le prestó el cargador, quien tampoco había tenido mucha suerte al llegar a la clase.

Se saludan, la chica le devuelve su cargador y le dice.

“¿Viste que el profesor amplió el plazo del trabajo”?


La elección de Habitar de Juan Esteban Torres

Por los pasillos de algún bloque de la universidad un estudiante lee un panfleto de dos párrafos que dice: “Sé que lo que escribimos, en ocasiones, se transforma con el pasar de los años y para las venideras generaciones, en cuentos, mágicas historias o, incluso, en icónicas leyendas, y tal vez haber salido de este trance negro y oscuro donde el tiempo fue incomprensible y despiadado con cada uno de nosotros solo pueda ser leído por aquellos del futuro como una historia con un lindo final.

 Después de que la ciencia y la tecnología nos hicieron creernos inmortales como especie humana. En 2021, el mundo seguía retorciéndose de impactantes eventos que tan solo veíamos posibles en imaginativas mentes, pero esta historia no posee ni directores o guionistas, aunque si la narra la humanidad desde múltiples vivencias, perspectivas y emociones”.

Alguna de estas palabras tuvo que haber conectado con el joven estudiante pues, al acabar de leerlas, su cuerpo repleto de energía se dispuso a correr por todo el campus universitario sin importarle si pisaba fango o cemento. La universidad nunca fue tan grande, los árboles nunca fueron tan altos, los bloques nunca estuvieron tan alejados, las caras de las personas que habitan la universidad nunca fueron tan distintas. En su mente dejaron de pasar recuerdos de momentos vividos en aquellos espacios que recorría y se plagó de sueños y condiciones de posibilidad.

 Pero al tiempo que su cuerpo se agotaba, también veía que los muros nunca habían sido tan grises, nunca había hecho tanto frío en la universidad, los pasillos nunca fueron tan silenciosos y aunque intentara pensar que aquello podría cambiar, pasó por su mente el último pensamiento: nunca ha estado tan cerca de graduarse.

 Aquel joven estudiante que olvidaba que se encontraba en su último semestre del pregrado que cursaba pasea a solas cerca de los restaurantes de El Ágora, y con una notable tristeza, observa lo que hay a su alrededor, como tomando fotos con sus ojos para dejar un bello recuerdo. En el caminar, y en medio de su almuerzo una cara conocida lo llama, es un viejo maestro con el que ha cursado 4 cursos, se saludan y casi como si este leyera la mente del estudiante, le dice: -Esté tranquilo, una vez pasas por la universidad, eres parte de ella y ella de ti, y es tu decisión si seguir habitándola y creciendo junto a en ella. J.H Torres


Un largo viaje de Jhon Gesmer Méndez Ávalos

Fatigado.

Ha sido un día muy ajetreado.

Exhausto de la academia.

Nada ha cambiado.

Sin embargo, nada sigue igual.

Cierro mis ojos.

Siento el movimiento.

Mis manos ya cansadas siguen soportando mi peso.

 

Una tensión que aumenta y decrece.

Que no se detiene en su dinámica.

Una mágica sensación.

Un sin fin de emociones sin pretensión.

 

No veo la hora de llegar.

De por fin descansar.

No falta mucho para mi parada.

Eso es lo que quiero imaginar.

 

Estoy como hombre en el tejado.

Contemplando su pasado.

Escapando de su actual estado.

Pero, ¡Cuidado! ¿Entendemos dónde estoy parado?

 

No sé cuánto tiempo ha pasado.

No creo poder continuar.

Frente a esta realidad.

Mi cuerpo y mente están a punto de estallar.

 

No obstante, al abrir mis ojos.

Un asiento libre contemple en el bus.

Es momento de descansar como avestruz.

Continuación de Juan Felipe Ocampo Hernández

Ser sensibles es la maldición de los benditos, los favoritos del destino deste mundo incierto.

Pero si en algo estoy clara es que siempre que pasa presto y atento por los pasadizos de acá, deste cuerpo emergen fuertes palpitaciones, aquí la norma es la convergencia, vivir el día; la melodía del reloj y un trago de templanza y ponen todos los sueños sobre la mesa, se forman lianas y se lían los destinos con un –hola-. aprender a fluir con el volver y el ir, dejarse ir y ser, sentir, saber decir perdón y gracias. Gracias a las voces de dulzura que susurran los te quieros y temores. El abrazo y la mirada firman el acuerdo de –hasta entonces-.

-  eso dice el ánima nostálgica que invade en las despedidas, la invocan estos tiempos de florecimiento, porque crecer duele y aprender libera; escalar por la espiral... La maestra hizo chispas y yo en primera fila siempre me deleité, la carga corre y me posee un deseo de crear, y creo que –estar- redefine el placer, estar aquí es un constante sentimiento inédito, las ganas y el monumento hecho de dudas y logros ponen a la gente a hablar de ciencia, y sale el don de lenguas, y salen manifiestos, investigaciones, relaciones y canciones, es algo mágico hasta para el escéptico, es algo histórico.

Mirarse al espejo y reconocerse enigmático, mirar alrededor y encontrar al zorro que ronda la facultad, hacerse uno con el hábitat, de eso les hablo, sentir la pirotecnia neuronal producto del colisionar de lo causal o del destino, como sea aquí estamos jugando el mazo completo, porque para la tumba nada y por la causa todo; romper la crisálida, saludar al lucero del alba y bajar la montaña no sin antes guardar la semilla de la aventura en el pecho, sin techo para las ganas de vivir esta experiencia onírica, junto a estos seres míticos, en esta tierra volcánica (hablando en metafórico). 

La realidad se resquebraja, pero la tormenta amansa y ahora más que nunca el ser amasa sentimientos de afecto. Así concluye este capítulo del devenir y del volver a vernos, re-conocernos, habitar, coexistir y despedirnos. Degusta la cosecha en tu viaje que la vida es breve, te veo luego espero, sino, fue un gran gusto. 



Introducción para el introductor de Alejandro Bedoya Cataño

Nota: Un cuento cargado de referencias alusivas a la universidad, en el que se ha intentado jugar con los bloques, auditorios, el campus y sus características, además de un par de sus personajes históricos más icónicos. ¿Podrán pescar todas las referencias? ¡Espero que sí! Disfruten leerlo tanto como yo al escribirlo.

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- Nuestra familia es muy diversa, primo, pero sí que somos unidos a pesar de ser tan distintos.

- ¿Primo? Tú eres Gómez y yo soy Molina, Pedro Nel.

- ¿Prefieres que te llame Gerardo? Ahora eres uno de nosotros y vivirás en la casa 41. Además, serás el primer rostro que muchas personas verán así que, ¿quién mejor que un primo para darles la bienvenida?

Esa fue mi primera conversación con Gerardo cuando llegó al barrio El Volador, en donde todos son familia, así no sean familia. Yo era el encargado de darle la bienvenida. Él era tímido y no dejaba de maravillarse con cada cosa que veía, un joven curioso que, naturalmente, tenía muchas preguntas por hacer.

- ¿101 especies de palmas? ¡Como los dálmatas!

- ¡Así es, primo! Nuestro barrio es un sitio especialmente diverso, y bueno, aunque no haya dálmatas, gatos, zarigüeyas, guacamayas e incluso zorros sí que podrás encontrar. Ni que hablar de la vegetación; te lo advierto, no intentes aprenderte sus nombres o podrías volverte loco. Yo lo intenté con las 405 especies de árboles y tuve que pintar durante un buen tiempo para despejar mi cabeza.

- ¿Cuánto tiempo es “un buen tiempo”

-  Si mal no lo recuerdo fueron unos… 21 años, creo, estaba tan fascinado que casi no vi la luz del sol, y bueno, resultó ser un lindo homenaje.

- ¿21 años? ¡Definitivamente estás loco!

- Cuando se ama el arte, primo, los años pasan como un volador. No parece que hubieran pasado ya 52 años desde que terminé. Por cierto, ahora que lo pienso... 21 años, locura... ¿Por qué siento que hay una extraña relación entre ambos? ¡Ah sí! ¡Los de la 21 están locos! eso suelen decir los demás en las reuniones familiares cuando comienzan a hablar de ciencia. Digo, a casi todos en la familia nos gustan las ciencias, pero los primos de la 21 lo llevan a otro nivel.

Gerardo estaba maravillado con la belleza del barrio, pero era mi deber hablarle también sobre aquellos quienes lo habitaban y con quienes más compartiría.

- Pedro, ¿tu casa cuál es?

- Verás, primo, algunos de la familia no vivimos aquí sino en el barrio Minas que está a unas cuadras. Yo he venido sólo a presentarte la familia, pero puedes visitarme cuando quieras, basta que tomes el bus que estaciona frente a las estatuas y te dejará justo al frente de mi casa.

- ¿Entonces quienes más viven aquí?

- ¡Compañía tendrás de sobra! Mira, los primos de la 46 son expertos en contar historias, son la cara humana del barrio y de seguro te encantarán. Con tus primos de la 24 y 25 podrás sacar a flote tu lado artístico, y crear y diseñar todo cuanto quieras, ¡inclusive un edificio! Y si lo que quieres viajar y salir de aventura, tus primos de la 14 serán los mejores guías.

La bienvenida siguió por un par de semanas y aún recuerdo la emoción de Gerardo aquellos días. El orgullo me embarga al ver esa misma emoción en los ojos de todos aquellos que desde entonces se han unido a la familia y a quienes Gerardo se ha encargado de enseñar todo lo que aquel día le mostré. 


Universitas de Antonio José Arroyave Tamayo

Re-conocer… un término ante las distintas infinitas y posibles definiciones en la contemporaneidad que cae en lo ambiguo; no tiene un estado de solidez ante la permutación cotidiana, no tiene un rastro de recuerdo…

Hablando de recuerdo, tengo en mi memoria tejido un momento, o una cantidad catastrófica de estos que solo me han provocado un hastío inmenso y un sentimiento de vértigo en la altura mínima que ofrecen los cuerpos en el universo: la vida es un compendio de estos maquiavélicos “recuerdos” que uno a uno se va corrompiendo en su propia naturaleza, y estos fotogramas nos irradian la idea de sentimientos de profundos de complejidades absurdas. Ahora mismo si cierro mis dos ojos, tras esos párpados existe la visión de las veces que mi bella madre pudo dar una caricia que calentó mi cuerpo y me dio la seguridad que me arrebató la lluvia fría, al tiempo que si me concentro lo suficiente puedo observar con una mueca todos los instantes en los que la vida me pateó, me usó y me hizo sentir lo que yo mismo significaba en esta sociedad estructurada a base de vicios y miedos: nada...

Soy nada, y estoy convencido de eso, abro los ojos y miro el cielo y alegre de mi audacia anuncio a las constelaciones con un grito desde mi alma que yo, como ellas, tengo una forma, una forma de nada, un minúsculo ser ante el ruido desgarrador con el que caza la existencia, nada ante el polvo estelar que envuelve la entropía, nada ante el mismo canon que rige a la historia humana, nada ante el propio vacío, pero aun en mi situación algo denigrante ¿podré soñar?

En el trayecto de mi vida sé que cada paso fue una debacle direccionada al sin sentido, donde me supe apoltronar como si fuera mi trabajo por el resto de mis días, sin contar una infancia feliz o eso se por la nostalgia, todo fue un engaño. Re-conocer, una palabra ambigua y sin solidez, ya que quiero conocer lo que sigue en mi vida, pero todo son tinieblas. Accedí por la terquedad de seguir coexistiendo con las ideas de lo “normal” a lo que los romanos llamaban Universitas: “el conjunto de todas las cosas”… interesante para alguien que se atribuye a su ser el no significar nada, una paradoja. Puede ser que este sitio me enseñe cual es el significado de esa palabra de reconocer, y puede ser, puede ser, que cuando conviva en aquel sitio tenga una nueva oportunidad de redención, y que ahora sea re-empezar, labrar un camino nuevo, creer que merezco tener sueños como otros, aceptar que puedo palpar las oportunidades, revivir mi ser social con palabras nuevas, hasta conocer el amor si es digno de mí, una novedad por favor. O al menos de eso tengo la esperanza, de vivir.

Volver a ver el ser de Juan Fernando González Polanco

Tic, tac, tic, tac…tac, tac o era tic? Realmente importa, después de todo quien no se equivoca soñando, pensó María mientras abría con zendo esfuerzo los ojos. Luego de 5 min de estar sentada en el bordillo de su cama, 1,90, por 1 metros, mirando su zapato izquierdo, como quien busca un secreto, por qué si los secretos se encuentran no hay mejor forma de de buscarlos que perdiendo la mirada, María tomaba conciencia de que iba a ser una perla más en el ábaco de la rutina, cuenta perdida en la periodicidad de su jornada. Se alistaba para entrar a su clase encendiendo su computadora, básicamente entre eso,  comer, dormir y pensar en la profundidad de la inacción por obligación se divide su día, cuando de repente entra una llamada, de su amiga preguntando si van juntas a la u, claro lo había olvidado por completo, ya se había terminado la virtualidad, siéntase como la alegoría de la caverna, casi como si atravesara la pantalla, que un tiempo fue su escape del día y única conexión con la universidad. Casi no lo podía creer regresar luego de tanto tiempo, o poco, bueno y  ¿A quien le importa? ¿Realmente alguien lo sabe? Es como si los dias hubieran sido atemporales, son muchos los sentimientos que inundaron el pecho, las alegrías de retomar la conexión con el mundo, con aquellas amistades que se pueden tocar, y antes para interactuar era como tocará, pero como un tren que lleva tiempo con caldera fría, volver a arrancar cuesta, se siente la corrosión del encierro, la perdida de algunas facultades, las cuales por mucho tiempo se dieron por sentadas, la pandemia dejo sentadas a las personas, nos desbanco de la cotidianidad que sentíamos perpetua e inalterable, María detallo esto y mucho más en el transcurso del paso por aquellos bloques, que por tanto tiempo estuvieron bloqueados. Que buen chiste contó el COVID, en 19 años nada había parecido tan gracioso como el retorno a lo normal, quedo una cierta apreciación por el día a día, pero ¿cuánto durara? Se preguntaba María en el salón 310,  detalló cómo con el pasar de los días, las personas se sumergían en su celular dejando a un lado la realidad que tanto ansiaron retomar, como antes era la única esclusa con vista a lo académico y ahora es el portal que los saca de la misma, con los granos de arena cayendo, también cayó María en aquella dinámica, ciertamente el ser humano vive anhelando lo que no tiene, María centrada en su pantalla, fue ahí cuando abrió sus ojos, con su celular de frente, pero no quería mirar a su alrededor tenía miedo, cuando lo hizo estaba en su casa en su escritorio, todo había vuelto a cambiar y ha llegado a la conclusión, que hay que vivir, del verbo sentir cada instante mientras se esta despierto y activo, sea un sueño o no. Primero hay vivir, ya luego habrá tiempo para regresar. 



De vuelta de David Alexander Ávila Báez

Aún tengo recuerdos y sensaciones de como era habitar la U, antes que la cuarentena nos recluyera, enviándonos forzosamente fuera de aquí. La venia en portería para disponerme en la ruta a los destinos del día atravesando bloques: monumentos históricos; en compañía de la brisa que aunque por naturaleza de paso, siempre estaba presente, recuerdos que se sienten de antaño. Ahora que estoy de vuelta, con ansias por llegar de nuevo, un poco fuera de práctica tanto como para olvidarme del boleto de entrada: carné, pero en gesto de tremenda benevolencia la guardia en portería se las arregla para dejarme entrar; cruzo los torniquetes apenas notando que estuvieran allí, se siente un tanto diferente, y no es solo por estar de vuelta; algunos lugares han cambiado, los bloques emanan un resplandor sin precedentes a mis ojos, seguro como en sus primeros días. es un día especial y como prioridad del día decidí llegar con comedido tiempo de antelación a cualquiera de mis obligaciones y así disponerme a un recorrido completo: cabras, guayabas, vuelta al coliseo, pasa  sobre mi un balón de rugby, sigo, a lo lejos escucho algo inaudible pero con ritmo me acerco y voy en dirección al ágora; está a tope, muchos comen, otros hablan o tan solo se toman un tiempo mientras ven a un grupo bailar al son de la música, no siento hambre así que sigo volando pasivamente con una leve sensación de mareo, como de ingravidez; paso por el 41 y veo como se prepara para dar su mejor cara después de un largo tiempo; ya doy casi la vuelta completa y noto una nueva construcción el bloque uno uno A. De repente algo me atraviesa con fuerza y delicadeza, la dualidad de lo binario: El todo y la nada, el mal y el bien, habitar y no habitar. me lleva como un arrullo haciendo notar a los árboles unos con otros susurrando eso que en tranquilidad acallan entre sus hojas; atiendo con férreo espíritu a lo que dicen. luego en un cómodo y largo silencio decido tomar casa entre ellos, como cuando tenía un cuerpo o él me tenía a mí, de cualquier modo como un alma que encuentra su corazón.

Dedicado a esos compañeres que por infinidad de circunstancias no pudieron retornar.


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